Las características del subimperialismo fueron estudiadas por Marini en su exposición de la teoría de la dependencia. Ese concepto suscitó controversias en la década del 70 y ha sido reconsiderado en los últimos años. ¿Tiene relevancia y utilidad? ¿Cómo se aplicaría en el contexto actual?
La categoría tiene especial vigencia para una región con prolongados escenarios de guerra como el mundo árabe. Esos conflictos involucran a potencias centrales (Estados Unidos, Francia, Inglaterra) y en recomposición (Rusia), junto a varios actores locales (Turquía, Arabia Saudita, Israel, Irán).
Ese conglomerado ha intervenido en confrontaciones que desembocaron en una tragedia sin límites. La responsabilidad de Estados Unidos salta a la vista. Anhela la apropiación del petróleo y el control de áreas estratégicas del comercio internacional. Sus presidentes comandaron la destrucción de Afganistán (Reagan-Carter), Irak (Bush), Libia y Siria (Obama). Esa devastación incluyó aterradoras masacres, que implicaron 220.000 muertos en el primer país, 650.000 en el segundo y 250.000 en el cuarto.
En los últimos seis años el principal objetivo político de esa sangría fue el aplastamiento de la primavera árabe. Las revueltas fueron sofocadas mediante dictaduras (Egipto, Siria), retornos al viejo régimen (Túnez), invasiones (Libia) y masacres yihadistas (Siria).
Es evidente el protagonismo imperial en esa demolición. Pero Estados Unidos no actúa solo. Mantiene una estrecha conexión con tres potencias de la región (Turquía, Arabia Saudita e Israel) y oscila entre la amenaza y la negociación con otro contendiente decisivo (Irán). ¿Estos países operan como fuerzas subimperiales?
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